lunes, 9 de diciembre de 2013

“Historias de Filadelfia” 1940- George Cukor






La mayoría de las películas tienen el poder de atracción sobre los espectadores como nosotros  de determinadas maneras. A algunas nos acercamos porque la historia que nos van a contar nos atrae de manera fulminante y apenas nos importa el resto de la composición. Otras las vemos porque en ellas aparece nuestro actor o actriz preferida y, sin importarnos nada más, acudimos a ver esos planos que marcarán para siempre nuestro futuro como amantes del séptimo arte. En otras ocasiones pensamos encontrar algún recurso técnico innovador que nos pueda llamar la atención, o simplemente porque nos agrada ver la fotografía o escuchar la música compuesta para la cinta. Finalmente, existen otro tipo de películas que reúnen en su conjunto todas las características anteriormente señaladas, además de disponer de un gran director que tiene en sus manos un guión excepcional y por tanto  hacen de ellas una obra maestra del séptimo arte. Entre estas últimas incluiría a “Historias de Filadelfia”.

Catalogada como una de las 100 mejores películas americanas de la historia por el American Film Institute, ganadora de 2 Oscars de la Academia de Hollywood en su apartado de mejor actor para un grandioso James Stewart en su papel de escritor de la alta sociedad y mejor guión adaptado para el escritor Donald Orden, representa la época dorada del cine estadounidense de los años 40 en el género de la comedia romántica. Comedia y romanticismo que se funden en una historia de amor que en ningún momento resulta desmesurada y se complementa con unos diálogos ágiles que hacen avanzar la acción sin perjudicar al argumento. A ello contribuye George Cukor,  uno de los grandes directores de actores de todos los tiempos, y un apoyo por parte de otro gran peso pesado dentro de la historia del cine como Mankiewicz en su papel de productor.

El elenco de actores junto al ya mencionado James Stewart lo completan un elegantísimo Cary Grant y Katherine Hepburn, musa del director de esta película y con el que trabajó en numerosas ocasiones a lo largo de su carrera, siendo reconocido finalmente con un Oscar al mejor director por “My Fair Lady” con Audrey Hepburn  en 1964.

Si toda la película en su conjunto se pudiese calificar de obra maestra, hay varios planos que siempre permanecerán en nuestras retinas y desearemos que lleguen cada vez que nos sentamos a visionar una vez más esta cinta. Uno de ellos es poder contemplar la secuencia de la piscina en la que Katherine  Hepburn realiza un salto de trampolín sin ningún doble y el otro cuando después de una fiesta y habiéndose bebido alguna copa de más, es trasladada en brazos por James Stewart hacia su habitación. También añadiría la secuencia final, con un desenlace previsible y bien resuelto, que no voy a comentar por si alguien aún ha cometido el pecado de no haberla visto hasta este momento. Para lograr la absolución solamente se necesitan 102 minutos delante de la pantalla y un DVD para  visionar  esta maravillosa película cada vez que nos interese ver cine del que ya no volverá.
 Jose.-

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